NBA Classics | HISTORIA E IMAGEN DE LA NBA: DUEÑAS DE SU ESENCIA (I)

La NBA es una liga especial, única en su manera de combinar espectáculo y baloncesto. En esa mezcla a partes iguales se busca que un elemento no logre imponerse claramente sobre el otro, como si la idoneidad del producto dependiera en gran medida de conservar su equilibrio.

Una liga de tan amplio alcance, y caracterizada por una idiosincrasia propia que no se encuentra en ninguna otra competición del mundo, debe tener el poder de la imagen instantánea como fiel aliada. Porque si la NBA es colorido, historia, emoción y jugadas espectaculares, no puede ser otra que la cámara la encargada de captar esos instantes de pureza competitiva. Y de hecho, así ha ocurrido.

En esta serie de tres artículos desgranaré las que, bajo mi punto de vista, han sido las imágenes más icónicas en la historia de la NBA, en relación con el contexto circundante. Ya sea por su espectacularidad o significado, el baremo principal que se utilizará para escoger unas y no otras siempre será el mismo: aquellas imágenes que encierren la verdadera esencia del juego.

Así pues, comencemos.

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Técnicamente, esta imagen no se corresponde con un encuentro NBA, si no que fue tomada en el último año del magnífico Oscar Robertson en la universidad de Cincinnati. Pero he querido incluirla en este repaso por el alto grado de valor simbólico que representa. En ella observamos a «The Big O» realizar un prodigioso salto en busca de asegurar el rebote defensivo. La potencia y plasticidad del jugador se plasma en el ángulo perfecto que es capaz de realizar por la posición de extremidades superiores e inferiores, como si se tratara de un experimentado saltador de longitud. Pero la imagen encierra un significado mucho más profundo.

A finales de los años 50 y principios de los 60 la NBA experimentaría una especie de esplendoroso renacimiento gracias, sobre todo, a dos factores clave: el cambio del reglamento, y la llegada masiva de jugadores afroamericanos a la liga. Mención especial a la temporada 1954-1955, que establecería un punto de no retorno para la competición: por una parte se introdujo el reloj de posesión de 24 segundos (que cambió por completo la forma de entender este deporte), y por otra se consumaría el debut del primer jugador de raza negra, Earl Lloyd. En los años sucesivos, la llegada de fenómenos como Bill Russell, Elgin Baylor, Wilt Chamberlain, o el propio Oscar Robertson, elevaría el prestigio general de la NBA hacia cotas insospechadas. Por su exuberancia física, talento individual, carisma, y novedoso dominio del «hang time» (capacidad para mantenerse en el aire), revolucionaron las bases del espectáculo.

Por lo tanto, la foto de Oscar capturando un rebote representa el inicio de una era distinta. Y es que, para muchos expertos y testigos de la época, Robertson habría sido el primer jugador exterior capaz de combinar superioridad física con fundamentos de estrella. Su absoluto dominio del juego se tradujo en una temporada entera promediando un triple doble, hazaña que no ha vuelto a ser igualada. Capaz de hacer absolutamente todo sobre una cancha de baloncesto, a Oscar Robertson se le honra como uno de sus más decisivos pioneros. Antes que Jordan o Magic, estuvo él.

La frase: «Oscar podía hacer lo que quisiera. Deben recordar que fue el primer gran base fuerte y con tamaño capaz de subir el balón y dictar las jugadas de ataque. Nadie había visto, hasta ese momento, algo parecido. Supongo que suena bastante obvio porque no hubo quien pudiera pararle.» – Jack Twyman

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La NBA atravesaba por una época convulsa en la década de los 70. El glamour de antaño se perdía progresivamente, y la inestabilidad institucional amenazaba con enterrar la competición. En aquellos años se luchaba duramente con otra liga, creada de forma paralela, que representaba una filosofía de baloncesto antagónica: la ABA. Si la primera encarnaba, a partes iguales, pureza y aburrimiento, la segunda repartía salvaje entretenimiento encerrado en una sensación general de caos. Así pues, cuando en 1976 se fusionaron ambas ligas, pareció que se había dado con la mezcla perfecta.

Uno de los grandes soplos de aire fresco que recibió la NBA procedente del universo ABA fue la incorporación de Julius Erving, el protagonista de esta foto. En aquel momento, Erving era propiedad de los New York Nets (uno de los cuatro equipos ABA incorporados a la NBA, junto a Spurs, Pacers y Nuggets), equipo que fue demandado por los New York Knicks tras una acusación de «invasión territorial». Como si el marketing de la zona solo le pudiera pertenecer a un solo equipo. Bajo aquellas circunstancias, el dueño de los Nets tuvo que romper la promesa que años atrás le había hecho a su superestrella: un aumento de sueldo. El presupuesto de la franquicia se resintió debido a los numerosos juicios y compensaciones económicas aparejados a ellos. Desilusionado por la cruda realidad, Erving decidió aceptar una oferta de los 76ers y puso rumbo a Philadelphia, que había logrado pescar en río revuelto de forma muy astuta.

La foto, por lo tanto, se corresponde con un genial mate realizado por Erving tras su primera temporada en Philly. Por su elegancia y habilidad para surcar el aire, las hazañas del «Doctor» se quedarían grabadas en el subconsciente colectivo de toda una generación. Era como contemplar a una figura que se elevaba por encima de lo meramente terrenal. Parecido a un ángel surgido del cielo y disfrazado de baloncestista, portando un poderoso peinado afro que conectaba con el espíritu funky y la movida «Soul Train» que caracterizaron a la década. Julius Erving concentró la esencia NBA en una imagen como muy pocos lo han hecho.

La frase: «El Dr.J tenía la responsabilidad y la presión de realizar una jugada espectacular cada noche. ¿Como se lleva una responsabilidad así?» – Bill Walton

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Magic y Bird. Bird y Magic. Pocas veces en la historia del deporte profesional ha existido una rivalidad tan poderosa y trascendental, como si el aura de estos dos superhombres brillara con una incandescencia cegadora cuando ambos comparten el mismo espacio. Llegados a la NBA el mismo año – temporada 1979/1980 – fueron los grandes causantes de que la liga se introdujera de lleno en la modernidad y se convirtiera en un vasto producto de masas, no solo a nivel nacional pero también internacional. Enarbolando filosofías humanas y baloncestísticas dispares (aunque, al mismo tiempo, encontrándose en terrenos comunes) dejaron una huella indescriptible en el deporte de la canasta. Si hubiera que elegir una sola imagen para definir a la National Basketball Association, posiblemente sería esta la opción más adecuada.

La foto fue tomada durante las históricas Finales de 1984 entre Boston Celtics y LA Lakers, el primer gran encuentro a escala NBA (ya se habían enfrentado en la final universitaria de 1979) entre estos dos titanes. En aquella ocasión, sería el orgullo verde de Larry el que se impondría al Showtime oro y púrpura de Magic, en un duelo que necesitó de siete emocionantes partidos para resolverse. Pero no sería más que el primer episodio de una guerra que copó prácticamente toda la década, ya que volverían a verse las caras en las Finales de 1985 y 1987 (esta vez con doble victoria Laker). Para los nostálgicos y melancólicos nunca se ha vuelto a repetir el nivel de juego desplegado en aquellos años. Es como si la foto estuviera a salvo del tiempo y custodiara el secreto último del juego. El recuerdo vivo de una edad de oro perdida.

Tal vez el mayor valor de estos dos genios fuera concebir el juego como una experiencia traducida en tres vertientes: competitividad, entretenimiento y espíritu colectivo. Bird y Magic fueron dos ganadores voraces que al mismo tiempo siempre buscaron hacerlo bonito, y que construyeron grandes sinfonías colectivas debido a su predilección por la asistencia extra. Sencillamente irrepetibles.

La frase: «La primera cosa que hacía cada mañana era mirar la ficha estadística para ver que había hecho Magic en el partido anterior. No me importaba nada más.» – Larry Bird

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Si hubiera que nombrar a un jugador que fusionara en un solo ser éxito con imagen, habría que señalar a Michael Jordan. La mejor y más sofisticada creación surgida de las entrañas NBA. No ha habido otra figura con más fotogenia, carisma y plasticidad que el 23 de rojo. Nadie. Observar una foto de MJ es asistir al milagro de la creatividad artística, del triunfo humano. Es casi una figura mitológica que encarna el ideal del canon griego clásico, pero transformado en una realidad carnal. No necesitamos esculturas o pinturas para representar la perfección del hombre, porque la perfección del hombre surge cuando Michael Jordan se eleva hasta los cielos, y hay una cámara para captarlo.

Estas dos fotos en cuestión corresponden al concurso de mates celebrado en 1987, dominado por el propio Jordan. Y es que, recogiendo el testigo de gente como Baylor, Erving o David Thompson, el imperial «His Airness» transformaría por completo los preceptos que teníamos sobre expresión corporal. Esas torsiones y giros cargados de plasticidad, la capacidad para mantenerse en el aire un tiempo muy superior a lo común, el gesto de triunfo en la ejecución de cada acción, como si hubiera sido orquestrado en un estudio de Hollywood…todo ello compone la figura de Jordan. Con él, descubrimos que los límites del cuerpo humano se situaban mucho más allá.

En términos más puramente baloncestísticos, fue Jordan el que inauguró una especie nueva de jugador: el escolta total. Aquel jugador que, partiendo desde la posición de «2», es capaz de ejercer un dominio completo del juego y al mismo tiempo demostrar una superioridad atlética de origen extraterrestre. Vince Carter, Kobe Bryant, Dwyane Wade, Tracy McGrady, Penny Hardaway, etc, todos beben de la misma fuente primaria. Aunque ninguno ha sido capaz de igualar la maestría del eslabón original.

La frase: «Si buscáramos la definición de grandeza en el diccionario, nos aparecería la imagen de Michael Jordan.» – Elgin Baylor

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Observen con mucha atención esta imagen. Aprecien el suave equilibrio que adopta Dennis Rodman en el momento de la instantánea. En primera instancia solo es una secuencia más en busca del balón perdido, de esas que ocurren en todos los partidos, pero a esta se le añade un dinamismo visual único (esta en concreto se corresponde con un Chicago Bulls – Indiana Pacers de 1997). Pareciera que el «Gusano» hubiera concentrado toda su habilidad atlética en esta solitaria acción, con el cuerpo en posición perfectamente horizontal ofreciendo la sensación de que no existe gravedad alguna. Los rostros de incredulidad que adoptan los aficionados colocados en primera fila hablan por si solos. Y es que pocos jugadores a lo largo de la historia han brillado tanto en acciones extremas como Rodman.

Drafteado en el año 1986 por Detroit Pistons, la carrera de Dennis es el mejor ejemplo de superación personal y de triunfo pese a juicios adversos. Porque nadie, salvo él mismo y quizás el mítico Chuck Daly, creyeron que podía llegar a ser un jugador icónico en la mejor liga del mundo. Sin aparente talento individual, decidió concentrar sus esfuerzos en los apartados subterráneos del baloncesto: rebote, defensa, lucha por balones sueltos, guerra psicológica con rivales, etc. Y en ese oscuro pero necesario campo fue donde Rodman brillaría con luz propia, tanto que pudo influenciar el destino de su equipo partiendo desde el reverso negativo del juego. Estamos ante un hombre que, excentricidades personales al margen, ha logrado ser 5 veces campeón de la NBA, 2 veces Jugador Defensivo del Año, y máximo reboteador de la NBA siete temporadas consecutivas (desde 1991 a 1998, adueñándose de la década).

En Rodman, como en cualquier otro deportista de élite, surge una genética privilegiada descubierta a base de
sacrificio y trabajo duro. Es el gran portaestandarte de esa vertiente menos glamurosa, pero crucial, que compone el organigrama NBA. Será difícil volver a ver un jugador como él, física y mentalmente.

La frase: «Me importa poco que el jugador al que esté cubriendo tenga el sida. Voy a ir a por él con todo lo que tengo, igualmente.» – Dennis Rodman

14 Mar 2002: Shaquille O''Neal #34 and Kobe Bryant #8 of the Los Angeles Lakers sit on the bench during the game against the Golden State Warriors at the Arena in Oakland in Oakland, California. The Lakers won 110-102. Mandatory Credit: Rocky Widner/NBAE/Getty Images Digital Image NOTE TO USER: User expressly acknowledges and agrees that, by downloading and/or using this Photograph, User is consenting to the terms and conditions of the Getty Images license Agreement. Mandatory copyright notice: Copyright 2002 NBAE

Nada mejor que esta imagen para ilustrar el aspecto dramático y de circo mediático que en ocasiones inunda la NBA: la imposible relación entre Shaquille O’Neal y Kobe Bryant. La foto corresponde al descanso de un partido entre los LA Lakers y Golden State Warriors de la temporada 2001/2002.

Resulta significativa la foto como metáfora de la separación irreconciliable entre dos egos que, cuando fueron capaces de coexistir, tiranizaron a la liga al estilo del más fiero de los dictadores. Llegados a la franquicia angelina el mismo verano (1996), la historia de Kobe y Shaq supo escribir, a veces hasta en la misma página, párrafos brillantes con renglones torcidos y poco cuidados. Aunque lograron tres campeonatos consecutivos jugando juntos – 2000, 2001 y 2002 – siempre quedó la sensación de que de no haber existido una guerra cruenta y personal entre ambos, el número de títulos se hubiera elevado exponencialmente.

Tras una temporada 2003/2004 marcada en «Lakerland» por el experimento fracasado de los cuatro fantásticos (Shaq, Kobe, Payton y Malone), la relación se rompería definitivamente debido al exceso de celo, las declaraciones cruzadas, y una disputa por controlar la jerarquía interna del equipo. Potencialmente, estamos ante la pareja más dominante que ha visto la NBA, pero su incapacidad para crear una química estable hizo que, en última instancia, se situaran por debajo, históricamente hablando, de otros dúos míticos como Jordan-Pippen o Magic-Kareem.

Una historia que en su día no acabó con final feliz debido a la salida de Shaquille O’Neal en el verano de 2004 rumbo a los Miami Heat. Fue el inicio del fin de una dinastía que se hizo demasiado corta.

La frase: «Quiero que la gente sepa que no te odio, y también se que tú no me odias. Lo que tuvimos fue una «pelea de trabajo», nada más. Yo era joven, tú eras joven. Pero cuando miro atrás, veo que ganamos 3 de 4 posibles campeonatos, así que no lo hicimos nada mal. Tuvimos muchas discusiones y desencuentros, pero creo que eso nos motivó mucho a ambos.» – Shaquille O’Neal

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Para terminar con este primer artículo de la serie, no he podido sino citar una imagen tomada en las últimas Finales NBA entre Cleveland Cavaliers y Golden State Warriors. Una instantánea que trasciende lo meramente deportivo para colarse en el reino de lo social y emocional.

Cuando Lebron James regresó a la franquicia de sus amores en el verano de 2014, volvía un jugador que había alcanzado la madurez personal gracias a un máster de cuatro años en la universidad de Miami Beach. El paso por los Heat había forjado una personalidad ganadora que ahora si se correspondía con un talento innato para jugar al baloncesto. El Rey lograría reclamar su trono tras superar los duros obstáculos y el peor juicio mediático jamás realizado a un deportista americano. Durante mucho tiempo, Lebron fue el villano perfecto y costaba encontrar simpatizantes leales.

Pero al volver a Cleveland, ciudad icónica de su amada Ohio, todo eso se había disipado. El objetivo ahora era ofrecerle un campeonato a una ciudad que no experimentaba triunfo alguno, en cualquiera de las grandes ligas americanas, desde hacia más de medio siglo.

Una odisea que rozó con la yema de los dedos tan solo hace unos meses, cuando se plantó en la Final con una plantilla duramente castigada por las lesiones, y en la que lograría dar guerra al mejor equipo de baloncesto del planeta: los artistas de La Bahía. En esa serie se vio a un Lebron omnipotente y mastodóntico, capaz de concentrar en su figura las cinco posiciones del juego, y dejándose cada resquicio de su energía vital en la cancha en pos de lograr la imposible hazaña. Por eso la imagen es tan esclarecedora, porque representa al héroe trágico cargando, en solitario, con la responsabilidad de contentar a toda una afición, una ciudad, un estado.

Aunque finalmente no pudo conseguir su objetivo, el derroche individual de Lebron James ha pasado a la historia como una de las cumbres del rendimiento deportivo. Pocas veces alguien hizo tanto con tan poco.

La frase: «Jerry West fue el único jugador de la historia en ser MVP de las Finales a pesar de formar parte del equipo perdedor. Lebron James debió ser el segundo.» – Zach Lowe

Estén atentos al segundo episodio.


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Javier Bógalo

Baloncesto como pasión, vicio, y consuelo.