Opinión | DERRICK ROSE: EL DILEMA DEL PRISIONERO

Decía el célebre John Lennon que la vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes. Para Derrick Rose, los últimos años han significado un choque constante entre dos fuerzas opuestas: la voluntad propia, y el frío (en este caso gélido) azar. Como si hubiera algún poder extrasensorial que no le permitiera avanzar.

Porque Rose no es más que un prisionero. Prisionero de su propio cuerpo y de unas circunstancias que podrían enloquecer al más pintado. La enésima lesión confirmada en el día de ayer – una fractura en el hueso orbital izquierdo de la cara – le podría tener de baja por lo menos mes y medio, un hecho que a todas luces le impediría estar presente en los primeros compases de la temporada (aunque informes recientes hablan de que estaría listo en dos semanas). Y la acción fue puramente fortuita, un codazo a destiempo que quiso ensombrecer el, hasta entonces, agradable entrenamiento. Sea como fuere, el base de Chicago volverá a pasar por quirófano, y por si fuera poco, deberá lidiar al mismo tiempo con un complicado litigio legal fruto de una descarnada acusación de violación.

Y es aquí cuando, a la luz de los hechos, se presenta un dilema que afecta a dos contendientes: los Chicago Bulls y el protagonista de esta columna.

Esta próxima temporada Derrick Rose pasará a cobrar alrededor de 20 millones de dólares, que se incrementarán hasta los 21 de la temporada 2016-2017, última en el presente contrato del jugador y que, tras la finalización del mismo, le colocará en la lista de agentes libres. Desde que tuviera aquella primera lesión atroz en abril de 2012, el playmaker de los Bulls ha disputado un total de 61 partidos de 246 posibles (contando solo la liga regular). Una cifra paupérrima para un jugador de su entidad, que además se agrava si tenemos en cuenta la inversión depositada en él por parte de la franquicia de Illinois. En un universo que se mueve por la lógica del negocio a gran escala, la situación resulta insostenible. Y es que la NBA, mal que nos pese, no espera ni se apiada de nadie. Aunque te llames Derrick Rose.

Durante todo este tiempo, Chicago no ha retirado su apuesta de la mesa por una especie de fe inconquistable en su MVP. Una fe compartida por casi todos nosotros en diversos momentos del proceso, pero que poco a poco comienza a menguar. Tarde o temprano hay que empezar a aceptar la cruda realidad. Y salvo sorpresa mayúscula (y por cierto, anhelada por quien escribe estas líneas) no parece que Rose vaya a recuperar el nivel que mostró en la temporada 2010-2011. Las pistas así lo indican.

En medio de toda esta incertidumbre, surgió el año pasado el nombre de Jimmy Butler, el escolta titular del equipo. Un jugador que combina, casi de manera perfecta, físico, talento y trabajo duro. Tanto es así que su conquista del estrellato resultó una sorpresa para la mayoría de los analistas. Chicago esperaba una cita con Rose pero a ella se presentó Butler. Una buena noticia que, junto al resurgimiento de nuestro Pau Gasol, volvió a insuflar esperanza en la ciudad del viento.

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Y ahora la franquicia del toro empieza a sospechar que un proyecto ambicioso de futuro deberá pasar por las manos de Jimmy, a diferencia de lo ocurrido en años anteriores. La ciudad y la afición siempre han mostrado un apoyo incondicional hacia la figura de Rose, como subproducto del su entorno urbano y como hijo pródigo, pero para que la relación pueda avanzar, habrá que hacer algunas concesiones. En ese sentido, el actual salario de Rose es un handicap (si tenemos en cuenta su historial de lesiones y los pocos partidos que disputa) para un equipo que gasta mucho dinero en salarios. Cuarto de toda la NBA.

Las últimas declaraciones del base en el Chicago Media Day dejaron un sabor agridulce y no evitaron levantar muecas de preocupación entre los jerifaltes del despacho. Y es que Rose habló del futuro de su familia (especialmente de su hijo), y no pudo evitar comentar la situación financiera de la liga en los proximos años, que experimentará un aumento boyante debido al nuevo contrato televisivo. Y ante lo que se avecina, siempre interesa estar preparado. En palabras del propio jugador:

«Quiero seguir aquí. Pero cuando hablas de tanto dinero, lo único que puedes hacer es prepararte para ello, no solo para mí, sino por mi familia. Me preocupa el futuro de mi hijo pese a que ahora estamos cómodos. Cuando hablas de esa cantidad de dinero, a todo el mundo se le arquean las cejas. No hay nada de malo con ser precavido.»

La pregunta del millón es, y aquí es donde milita el quid de la cuestión: ¿estarán dispuesto los Chicago Bulls en ofrecerle un contrato suculento a Rose (como pudiera ser el máximo salarial) cuando se convierta en agente libre, a pesar de sus terribles circunstancias personales y del auge deportivo de Jimmy Butler? La respuesta no está clara y da para un extenso debate.

Esta temporada 2015-2016 será absolutamente decisiva para terminar de calibrar la situación. Si Rose vuelve a su mejor nivel, cosa deseable pero que al mismo tiempo parece improbable, los Bulls no dudarán en ofrecerle lo que pida a su antaño gran superestrella. Si por el contrario continua la tendencia vista en tiempos recientes, resulta complicado imaginar un escenario en el que Chicago le ofrezca el contrato máximo teniendo en cuenta que sería otra inversión desperdiciada. Sin olvidar el hecho de que podría generar tensiones en un vestuario que, desde hace unos meses, cuenta ya con otro gallo. En el segundo supuesto, Derrick Rose deberá aceptar un recorte salarial para seguir en la franquicia de sus amores, o simplemente ponerse a escuchar ofertas de otros equipos (si es que aún quedaran valientes).

Un dilema que promete traer mucha cola en la era del desenfreno mediático.

Estaremos atentos.


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Javier Bógalo

Baloncesto como pasión, vicio, y consuelo.