Categorias Inferiores | Bota tan fuerte como puedas

Los niños entran con cierta timidez a través de los túneles del pabellón. Para muchos de ellos es una sensación nueva, deslizarse sobre el parquet arrastrando los pies con deleite.

Muchas madres, muchos niños y algún padre se concentran de manera desordenada. Monitores nuevos, jóvenes, vestidos con ropa informal y deportiva frente a todos ellos intentan ofrecer la sensación de control.

Si no fuera por las voces familiares, el ajetreo y las llamadas de los teléfonos móviles, se oirían los corazones infantiles latir a 160 por hora.

No hay balones a la vista, de momento. Solo niños a la espera de que suceda algo. Sus cuerpos se aceleran aunque esperan en silencio y calma, dando pequeñas vueltas de un lado al otro de la pista. Llegan al éxtasis casi sin darse cuenta, con un leve estallido gutural y primario cuando sus nuevos monitores gritan:

-¡Coged los balones!

Una algarabía de gritos, una marabunta de niños que corren a por una pelota por cabeza.

Niños y niñas. Chicos y chicas. ¡A jugar!

Un padre a mi lado me dice que esto no son actividades extraescolares, «¿acaso no es lo mismo que hacíamos nosotros en el patio del colegio hace años?», viendo el gusto con el que van, vienen, corren y chillan los críos. Otro padre a mi lado se muerde las uñas, sin duda un viejo jugador que añora lanzarse a la pista, aunque sea de minibasket, aunque sea con zapatos rígidos y chaqueta de trabajo.

En unas décimas de segundo, lo que dura un palmeo ganador, los padres han desaparecido de la pista, abrumados por el eco de 50, 100, 1.000 balones de baloncesto que retumban en un pabellón de barrio en cualquier lugar de la provincia de Albacete, cualquier lugar del mundo.

Casi todas las madres y padres han olvidado el placer de botar con fuerza una pelota contra el suelo, y pasarla bajo las piernas, por detrás de la espalda y hacerla girar sobre el dedo índice.

Los niños corren, saltan, esquivan y lanzan como si no hubiera un mañana; porque no lo hay. Es la anarquía controlada entre dos canastas opuestas, con niños de cuatro a doce años reunidos en torno a un deporte.

Botan con tanta fuerza como les permite su imaginación. No quieren ni pretenden ser Gasol, no quieren ser el Chacho, no quieren ser nada.

¡Solo quieren correr, saltar, esquivar, lanzar a canasta y botan tan fuerte como les dejen sus manos infantiles!

A mi lado, una madre sonríe mientras mueve sin querer su brazo izquierdo como si se pasara el balón por detrás de la espalda. Ha recordado algo.


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